Un estudio analiza la relación que existe entre los traumas sufridos en la niñez con el desarrollo de trastornos psicológicos como el bipolar

La revista British Journal of Psychiatry ha publicado este 2017 una rigurosa investigación donde se esclarece que las experiencias de abandono, abuso, acoso o la muerte de un familiar durante la infancia están muy vinculadas con los diagnósticos posteriores de trastorno bipolar en la edad adulta. Expertos de la Universidad de Manchester, liderados por el doctor Palmier-Noel, analizaron de forma estadística datos de 19 estudios que les permitieron comprobar los resultados de 34 años de registro de pacientes. La conclusión fue que las personas que padecen trastorno bipolar tenían 2,63 veces más probabilidades de haber experimentado traumas en la infancia que las personas sin este trastorno. Esto significa que el abandono o abuso físico o sexual, tienen mucha relevancia en estos casos.

En septiembre de 2016 el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) anunció que está financiando a la industria farmacéutica la cantidad de 15.000 millones de dólares para tratar de identificar las bases neurobiológicas para el tratamiento del trastorno bipolar y la esquizofrenia y, así, encontrar marcadores biológicos para la fabricación de un mejor medicamento. Sin embargo, la propia institución reconoce que los tratamientos médicos actuales para estos trastornos tienen una eficacia limitada, puesto que es necesario combinar los fármacos con otras terapias adicionales.

Otro estudio publicado en el 2015, llevado a cabo por los investigadores médicos Vince Felitti del Kaiser, y Anda del Centro de Prevención de Enfermedades de EE UU (CDC, por sus siglas en inglés), corroboran esta teoría, llegando a la conclusión de que los abusos en la infancia afectan a diversas funciones en la estructura del cerebro.

Alta predisposición genética

Cualquier tipo de abuso en la infancia puede tener consecuencias negativas en el futuro. Sin embargo, a los hechos traumáticos hay que sumarles siempre la predisposición genética por parte del niño. Esto es lo que concluye el doctor José Antonio López Rodríguez de la Asociación Española de Psiquiatría Privada de Barcelona (ASEPP). “El hipocampo es la parte más sensible del cerebro y la que queda más tocada. A nivel científico, el alelo corto tiene más predisposición que el alelo largo sobre los problemas negativos externos durante la infancia, por lo que analizar los componentes genéticos de cada persona resulta crucial para determinar una bipolaridad en el futuro”, aclara.

“A efectos prácticos, resultaría inviable tratar con medicación a todas las personas que sufren abusos de este tipo pero, sí se puede estudiar a los niños con alta predisposición genética a padecer estas alteraciones”, añade.

Terapia y apoyo psicológico, esenciales para la prevención

En estos casos, la terapia psicológica resulta esencial para la prevención de estos trastornos. Para Pedro Salas, presidente del Colegio de psicólogos de Buenos Aires, existen diversas maneras de tratar con los traumas acaecidos durante la niñez dependiendo de la línea teórica con la que se trabaje. “La terapia sistémica analizará el núcleo familiar, la psicología cognitiva buscará eliminar el síntoma, y el psicoanálisis intentará desplegar cuestiones inconscientes”, explica el experto.

Para Arantxa Echávarri Martínez, psicóloga experta en trastornos de personalidad y directora del Espacio de Psicoterapia Integral en Madrid, las experiencias adversas en la infancia como abuso físico o sexual o abandono físico o emocional tienen una relación muy significativa con la salud y bienestar emocional en la vida adulta de la persona.

“La mediación más empleada suelen ser los estabilizadores de ánimo combinados con un trabajo psicológico-emocional con la persona. “Lo más conveniente es alternarlo con terapia de familia, ya que es muy positivo para su mejora y avance, sobre todo en el caso del trastorno bipolar, pues suelen tener tendencia a negar su problema y puede ocurrir que abandonen los medicamentos”, comenta. A pesar de que, estos hechos repercuten en la vida posterior de los niños, la persona ya adulta también cuenta con sus propios recursos. “La persona que ha vivido estos episodios, en la edad adulta, también cuenta con su capacidad de resiliencia y su fortaleza, para afrontar la vida con el mayor bienestar posible”, concluye la experta.

FUENTE: http://elpais.com

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